No hemos visto el eclipse.
Con esa sencilla frase se puede resumir todo, aunque en realidad nadie puede imaginarse lo que esas malditas cinco palabras significan para mí.
He pasado un año entero viviendo sólo para este momento, pensando en este día, deseando que llegara cuanto antes, ansiosa por volver a estar bajo la sombra de
Y aquí estoy, desolada, llorando amargamente de pura impotencia, porque no hemos podido hacer absolutamente nada.
Ese maldito cielo blanco que ahora, como yo, llora inconsolable, nos ofreció una engañosa tregua durante la primera parcialidad para después dejarnos con la miel en los labios sólo un minuto antes de la totalidad.
No hemos visto nada. Ni la sombra, ni las bandas, ni el ocaso en todo el horizonte, ni el anillo de diamantes, ni las perlas, ni nada.
Nada de nada.
En medio de la neblina fantasmal que cubría todo el paisaje, la luz se fue atenuando cada vez más hasta dar paso a la noche más amarga de mi vida. La gente gritaba, incluso sin ver nada, pero ya no había esperanza.
Las nubes, implacables, apenas mostraron un atisbo de la totalidad durante menos de un segundo antes de que amaneciera de nuevo tras esta extraña noche.
Después, igual que se habían acabado nuestras esperanzas, terminó el mayor espectáculo que puede ver una persona. Cerró el telón un aguacero que nos obligó a desmontar rápidamente y nos dejó totalmente empapados y de camino a la no menos desoladora Shanghai.
Me da igual lo que me digan.
Me da igual ser joven y que tenga mil oportunidades más para ver un eclipse.
Me da igual no haber sido la única que no lo vio.
Me da igual todo.
Nada va a hacer que me sienta mejor ahora mismo, aunque mis compañeros traten de animarme como pueden.
Sé exactamente qué me he perdido.
Sé que es muy posible que no vuelva a ver algo así hasta dentro de muchos años.
Sé que, al menos para mí, esa espera siempre será demasiado larga.
Qué quieren que les diga.
Al menos vimos algo, podría haber sido peor, mucho peor. Eso me dicen.
Y qué más da a mí eso, casi preferiría no haber visto nada.
Desde mi ventana, en las alturas de una de estas imponentes torres de Shanghai, miro el mundo, que sigue como si nada hubiera pasado. La gente va, viene, indiferente, y yo no puedo. Esta tarde hemos seguido visitando esta fascinante ciudad, que casi parece encontrarse en un Universo diferente, y aunque ha sido divertido y emocionante, el recuerdo de mis ilusiones frustradas de esta mañana no me abandona, no puedo sentirme completamente feliz con todo lo demás, aunque lo intente.
No puedo evitar preguntarme cómo habría sido verlo.
No puedo evitar recordar la imagen que vi hace un año y compararla con la triste estampa de hoy.
No puedo evitar seguir soñando con el milagro que nunca llegó.
Itahisa
Vaya, espero que se te haya ido pasando el disgusto.
ResponderEliminarMíralo de esta forma, si hay una probabilidad P de ver el eclipse, tú vas al próximo con 2xP ( bueno a lo mejor me he liado con las matemáticas ;)
Saludos